Medellín, Colombia.

¿Por qué me fui de la universidad?

La decisión de retirarme de la universidad no tuvo inspiración en Steve Jobs, Mark Zuckerberg o Bill Gates. El asunto es una protesta por la práctica de algunos docentes y administrativos al interior del claustro.

En este texto, que sirve además como catarsis, comparto algunas de mis experiencias como estudiante universitario.

¿Cuál es mi interés? Invitar a directivas, docentes y estudiantes a reflexionar sobre lo que está pasando en algunas aulas de clase. Y digo «algunas» porque no es preciso generalizar. Estoy convencido que las buenas prácticas pululan en el país.

¿Quiero hablar mal de la Universidad? No, en lo absoluto. Incluso, me permito precisar que la queja formal se centró en dos directivas y tres docentes.

¿Cómo llegué a la decisión de estudiar?

Una mañana soleada de diciembre de 2018 decidí salir a caminar. No tracé un rumbo.

Entre pensamientos, imágenes y la definición de compromisos para el año que estaba por iniciar, me pregunté: «¿Y por qué no volver a estudiar?». Inevitablemente, lo siguiente fue: «¿Y qué estudio?».

Ya tenía una maestría en e-Learning, un postgrado en tecnología educativa y una especialización en periodismo electrónico.

Infortunadamente, para los dos primeros programas no había logrado la convalidación ante el Ministerio de Educación. La universidad extranjera se negaba a orientarme en el trámite.

«¿Será que hago otra especialización en Colombia?», volví a preguntar.

La especialización en periodismo la culminé en una IES de la ciudad y, obviamente, no necesitaba trámites ante el Ministerio. Sin embargo, la experiencia de aprendizaje -por mucho- había sido frustrante, y no quería repetir la historia.

«¿Y qué hay con un programa de pregrado?», seguí auscultando en esa idea. «Una técnica profesional o una tecnología son una excelente opción», pensé.

Por más de quince años había escuchado hablar a mi hermano mayor sobre la importancia de la educación superior en la transformación del país. Y en los últimos ocho había conocido lo valioso de las técnicas y las tecnologías.

Estaba decidido: volvería a la universidad y cursaría una tecnología.

¿Las condiciones? Un programa presencial, pues quería recuperar las sensaciones de un campus universitario: asistir a eventos de investigación, recorrer los corredores, participar en actividades culturales, «calentar pupitre», conversar en la cafetería, entre muchas otras.

¿Qué área de conocimiento? Las artes. Esto no era negociable. Por más de dieciséis años estuve en aulas de clase (presenciales y virtuales) formándome en temas que no se vinculaban a mi proyecto de vida.

Sí, al final del día -como sucede en algunas historias de amor- el tiempo termina creando lazos fuertes. Hoy soy feliz como comunicador y educador, y defiendo mis profesiones «a tope».

Pero, mi deseo -como se lo dije a mi papá, en una mañana de noviembre de 1999, en la Avenida La Playa con Girardot- era estudiar piano en Bellas Artes. Pero hablar de esto es «harina de otro costal».

Por qué elegí esa institución

El Sol de las 10 de la mañana empezaba a molestar mi piel. Aceleré el paso y encontré refugio en la sombra de un corredor verde del sector.

Aproveché el cambio de ambiente para buscar en mi teléfono algunas instituciones de educación que ofertaran programas técnicos y tecnológicos en diseño gráfico. Ya tenía un Norte.

Sin embargo, para mi sorpresa, eran pocos los programas en la materia. Bueno, lo anterior si lo comparamos con la sobre-oferta de programas en comunicación y periodismo que hay en Medellín y su Área Metropolitana. ¡Los diseñadores gráficos eran menos!

Una de esas instituciones estaba a poco menos de dos kilómetros. ¡A por ello!

Al momento de llegar a la IES sentí algo de temor. Años atrás había sido víctima de un ataque del personal del lugar. Aún no sé explicar lo que pasó ese día, pero me permitió entender que la cultura de una empresa inicia desde la entrada al recinto. Como lo dicta el dicho: «desde el desayuno se sabe lo que será la cena».

Afortunadamente, esa mañana logré entrar sin ningún problema y con la orientación del personal.

Visité la oficina de Atención al Cliente y solicité asesoría sobre el programa de formación. Quería conocer más detalles, pues el sitio web era escueto en la venta del servicio educativo.

Con una agilidad y persuasión de admirar, la funcionaria me invitó a realizar la inscripción al programa en ese mismo momento. Luego realizó el registro en el sistema y -para mi sorpresa- tenía entrevista ese mismo día en horas de la tarde.

La facilidad y cómo se estaba presentando la situación debía ser una señal del destino. Me convencí que allí debía estudiar.

Un inicio tortuoso

Procuro llegar a una cita a la hora precisa. Ni cinco minutos antes ni cinco minutos después. Pero mi ansiedad por tener la entrevista me obligó a llegar unos quince minutos antes.

Hice algo de tiempo en uno de los pasillos de la Institución, conociendo las aulas y los talleres de producción artística. No era los mejores, pero funcionaban.

Según el correo electrónico que había recibido, la entrevista sería con el Coordinador Académico del programa.

Una vez se cumplió la hora llegué hasta la oficina del personaje, pero no estaba. Pregunté en la oficina contigua por el Coordinador y me dijeron que tardaba en llegar, que tomara asiento.

Saqué un libro de mi maletín y comencé a leer. 45 minutos después el señor no había llegado. Docentes y personal administrativo pasaban a mi lado y nunca se atrevieron a preguntar: «¿Puedo apoyarte en algo?».

Decidí esperar un rato más. No quería tomar una decisión apresurada (o inmadura, como muchos corren a valorar mis significados y acciones).

Casi 30 minutos después, cuando ya había caído el día, una docente se acercó a varios estudiantes que esperábamos «que pasara algo».

—¿Ustedes están esperando a Alberto? —(he cambiado el nombre del coordinador académico, para no tener -más- inconvenientes con el personaje).

—Sí —respondimos casi al unísono.

—Él está enfermo. Yo les voy a hacer la entrevista —nos respondió con una tranquilidad que a todas luces había pasado al terreno de la grosería.

—¡Señora, por Dios, llevamos casi dos horas esperando! —pensé.

El último día que visité esta universidad, volvería a sentir la tranquilidad de esa docente, cuando le pregunté por mis trabajos finales. «No sé dónde están», me respondió. Al salir de su oficina leí un aviso de advertencia: «Peligro, aquí trabaja una fiera».

¿En realidad, desde lo comunicativo y sicológico, es correcto que un docente anuncie que es «una fiera»? Ese aviso, entonces, se convierte en una excusa o validación de su comportamiento. Creo que la actividad académica no es por ahí, señora.

Al final, se realizó la actividad y ya podía proceder con la matrícula.

El discurso entre líneas

Inició el año 2019 y, a finales de enero, regresé a la Institución. ¡Había logrado mi propósito: ser estudiante de un programa formal nuevamente!

La primera actividad académica en la que participé fue la inducción. Según las instrucciones, el evento tenía carácter obligatorio. Igual, fuese o no exigido, quería estar en todo lo que ocurriera.

En este espacio conocí los servicios que estaban a disposición de los alumnos: desde asesorías académicas, hasta acompañamiento en creación de empresas, pasando por cursos de inglés y servicio sicológico. Muy alentador recordar que la experiencia universitaria no es solamente un aula de clase.

Al principio, todo muy bien. El «pero» llegó cuando tomó la vocería el Director de Pastoral.

(Y aquí hago una pausa: quería evitar dar pistas de la Universidad, pero necesito hacer hincapié en el cargo del señor, pues toma especial relevancia para lo que continúa).

Entre los servicios que ofrecía Pastoral estaba la participación en un grupo de música. Para mí resultó bastante llamativo, pues era un valor agregado a mi matrícula. ¡Así fuera interpretar música religiosa, quería participar!

El desaliento llegó cuando, entre chiste y chiste, el Director afirmó que solo podían participar aquellos que tuvieran estudios musicales previos. «Si usted no sabe tocar ningún instrumento, pues no vaya por allá… O bueno, sí, necesitamos personas para que hagan silencios en algunas canciones», afirmó el sacerdote.

El chiste surgió efecto entre la gran mayoría de estudiantes. El auditorio gozó con semejante mensaje de exclusión. Igual, el señor -que había dirigido la inducción- se había dedicado a hacer chistes durante casi una hora, en un afán (creo yo) por conectar con la audiencia.

Salí desilusionado de allí. Quería ser músico, pero no ser asignado a los silencios de redonda, blanca, negra, corchea, semicorchea, fusa y semifusa.

La bienvenida del Decano

La siguiente actividad era recorrer la Institución, para conocer la ubicación de los servicios más significativos: la biblioteca, bienestar universitario, la cafetería (¡y yo que le tengo una confianza a este espacio, y hablo en serio!), las salas de cómputo, entre otros.

Pero esto no ocurrió. En su lugar, la Escuela nos ubicó en un salón donde estaban docentes, el Coordinador Académico y el Decano.

Se comentaron algunas generalidades de la unidad académica, se prometieron elementos de calidad (que más adelante refutaré) y se cerró con unas palabras del Decano, que terminarían con una ovación… en la cual no participé.

El afán por terminar la actividad era evidente. ¡Ah! Es que no he mencionado que el evento de inducción se realizó en horas de la noche.

Retomando el momento de la ovación, resulta que la directiva afirmó que lo más importante para unidad académica era que el estudiante tuviera talento. Lo que dijo fue, más o menos: «Aquí lo importante es que tengan talento, la disciplina no importa».

Otra vez me sentía excluido. Es decir, estaba iniciando un proceso de formación, desde cero, y tenía que tener un pre-requisito que, durante la entrevista, nunca me lo mencionaron.

¿Recuerdan que no estudié música en la UdeA porque no tenía formación previa? Es que la Universidad de Antioquia era clara. Aquí todo era una sorpresa.

Y lo peor es que en lo que me consideraba bueno no tenía valor.

Por fin terminó ese viernes. El lunes siguiente iniciaba clases. La primera, «Geometría espacial».

Hasta aquí la primera entrega de este ejercicio. Más adelante seguiré narrando mi experiencia en la Universidad y por qué decidí renunciar a ella.

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Por:
Juan Carlos Morales S.
Comunicador y educador
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2 respuestas a «¿Por qué me fui de la universidad?»

  1. Hola estimado excompañero Juan Carlos muy interesante tu historia yo he pasado casi por lo mismo aquí en alguna universidad privada es frustrante como ciertos profesores lo decepcionan a uno, pero animo hay que seguir adelante.Te saluda Dr Carlos Enrique Chiquitó desde Guatemala

    1. Hola, Carlos. ¡Qué alegría encontrar un comentario tuyo! Espero que todo vaya muy bien.
      Sobre lo que comentas, es verdad, pese a algunas malas experiencias, hay que seguir adelante. Al final del día, la educación es un eje transformación de la sociedad.
      En los próximos días continuaré con la narración, pues aún me falta mucho por compartir.
      Un abrazo desde Colombia.

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