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El primer falso mito del e-Learning: recursos ilimitados

Hace varios días leí una entrada que hacía gala de las 10 ventajas del e-Learning. La descripción de ellas era convincente, pero sabía tanta “belleza” no podía ser cierta. Fue entonces cuando me di a la tarea de identificar algunas falsas promesas de la educación virtual e iniciar una discusión en las redes de trabajo y estudio a las que pertenezco.

El ejercicio está en proceso, pues es un tema extenso. Sin embargo, compartir esta entrada y proponer una discusión inicial me permite afinar la observación y plantear nuevos caminos en la investigación.

Es necesario indicar que esta es una actividad intelectual, con un objetivo: cuestionar el trabajo académico – investigativo que he realizado en mis últimos nueve años, en busca de la optimización del diseño y producción de entornos y contenidos de enseñanza – aprendizaje virtual.

Si usted está en desacuerdo con lo que planteo aquí, lo invito a dejar sus comentarios al final de la página. Mientras más amplios sean sus aportes, más me ayudará. Así, de manera casi natural, estaremos
realizando un trabajo colaborativo.

Empecemos con el primer mito.

La Gran Biblioteca de Alejandría

Le voy a contar algo, que -quizás- no tenga lugar, pero al final lo encontraremos.

Durante el siglo III AC, en la ciudad egipcia de Alejandría, fue fundada la que sería la biblioteca más grande del mundo de la época: la Biblioteca de Alejandría. Según Wikipedia, ésta almacenaba más de 900 000 manuscritos.

Sin embargo, la popularidad de la biblioteca no se ciñe únicamente al tamaño de su colección. El otro dato histórico y significativo fue su destrucción. Según algunas fuentes, la Biblioteca sufrió un enorme incendio, causado por una guerra entre romanos y egipcios (y la historia sigue). En este evento se perdieron la mayoría de sus textos.

Hoy, en el siglo 2400 años después, existe un espacio que rememora aquel centro de conocimiento: la Biblioteca Alejandría. Esta también destaca por sus cifras: en una superficie de 36 700 metros cuadrados, almacena una colección que puede alcanzar los veinte millones de ejemplares.

Sin embargo, ni la una ni la otra son las bibliotecas más grandes del mundo.

La nueva biblioteca mundial

Quiero seguir contándole una historia más.

En 1984, el científico Tim Berners-Lee, que en ese momento fungía como empleado del CERN, comenzó a inquietarse en cómo lograr que físicos de todo el mundo pudieran comunicarse y compartir información rápidamente, aprovechando un protocolo de comunicación entre computadoras (el TCP/IP).

El trabajo no fue fácil, pero Berners-Lee -con el apoyo del ingeniero belga Robert Cailliau- continuó trabajando en el proyecto, motivado por su jefe, Mike Sendall.

Para la navidad de 1990, Berners-Lee tenía todas las herramientas necesarias para permitir una comunicación global, no solo de los físicos sino de todas las personas. La Web había nacido y detrás de ella la colección de documentos más grande de todos los tiempos.

La gran masa de contenidos

Como fácilmente podemos observar, la aparición de la web generó una transformación de escalas globales. El prefijo “e-” (de electrónico) comenzó a re-significar la vida y el entorno de las personas. Ahora el correo es e-mail; el comercio, e-commerce; los negocios, e-business; la educación, e-Learning, y así muchos más.

En el campo de la educación, la World Wide Web (nombre extenso de la Web) introdujo cambios y nuevos paradigmas sobre los modelos de enseñanza – aprendizaje. Esto dio vida a -por ejemplo- el modelo conectivista, una teoría que parte de las debilidades del conductismo, el cognitivismo y el constructivismo en un entorno digital y mundial.

Otro de los cambios -coherente con el mito e-Learning que plantea esta entrada- es la alta disponibilidad y variedad de contenidos hipermedia, entendidos estos como recursos digitales en diferentes formatos (texto, imagen fija, video y audio) y características de narración hipertextual.

La colección de recursos en Internet parece no acabar. Según algunas fuentes, las páginas Web superan los mil millones. Sin embargo, otros afirman que la cifra no es tan “jugosa”, pero esto será tema de otro mito que abordaré en una próxima entrada.

Por lo pronto, dimensionemos una biblioteca de más de mil millones de recursos. Y no solamente en texto, también hay videos, audios, animaciones, simulaciones, juegos, aplicaciones y más. Tanta información disponible posibilita pensar que, efectivamente, como lo comenta el mito, los recursos en la web son ilimitados.

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La pertinencia de la Web en la educación

Pero, con semejante cantidad de contenidos (lo que da lugar al concepto de ‘infoxicación’) y la facilidad de llegar a ellos, surge una pregunta: ¿el material digital que sirve a la educación es pertinente, coherente y oportuno?

Para solucionar el asunto existe una técnica (para algunos, arte) que orienta la búsqueda, identificación y selección de recursos: la curación de contenidos. Esta se refiere a un proceso sistémico, mantenido en el tiempo y orientado a un tema o disciplina. En otras palabras, la curación de contenidos no es una búsqueda que responde a un problema específico, sino un esfuerzo permanente que pretende solucionar una situación mayor (por ejemplo, una competencia).

Así, esa cantidad “ilimitada” de recursos educativos disponibles en la web no es tan verdadera, como lo proponen algunos autores. El ejercicio académico (tanto de profesores como estudiantes) consiste en valorar y clasificar semánticamente la oferta de contenidos, bajo una orientación –para nuestro caso- pedagógico – didáctica.

La nueva Alejandría

No oculto que la web es un gran repositorio de contenidos, incluso más grande que las biblioteca de Alejandría y Alexandria, pero no por ello es la más exitoso. La gran diferencia entre las bibliotecas y la Red es el esfuerzo que realizan los profesionales de la información: los bibliotecólogos.

Así, el compromiso que exige una educación virtual de alta calidad, alineado con el mito de los contenidos ilimitados, va de la mano de las habilidades, destrezas y cocimientos que tengan profesores y alumnos (consumidores y prosumidores) en correcta selección y clasificación de la información. Y aquí, como lo mencioné, los bibliotecólogos son los expertos.

¿Cuántos bibliotecólogos existen en tu equipo de e-Learning? Si tienes, al menos uno, vas muy bien. Y estoy seguro que este falso mito será una realidad en tu proyecto de educación virtual.

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Por:
Juan Carlos Morales S.
Comunicador y educador
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Licencia Creative Commons El primer falso mito del e-Learning: recursos ilimitados por juancadotcom se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución-CompartirIgual 4.0 Internacional. Basada en una obra en https://e-lexia.com/blog.

3 respuestas a «El primer falso mito del e-Learning: recursos ilimitados»

  1. Saludos Juan Carlos,

    Debo empezar por decir, como bibliotecólogo, que es siempre emocionante ver otros profesionales reivindicando el papel del profesional de la biblioteca más allá de los muros de la misma; es una tarea que procuramos día a día presentar en infotecarios.com.

    Por otro lado, ya en relación al artículo, quisiera me permitieras hacer algunos aportes que pueden resultar redundantes por tu amplio conocimiento del tema pero se requieren para plantear mis conclusiones finales:

    Haces una muy buena analogía entre la Biblioteca de Alejandría y la WWW en su estado actual, pues la primera fue la que vio nacer el concepto de depósito legal y el subsecuente paradigma de la biblioteca como un «depósito» de documentos. Fue en Alejandría donde la dinastía de los Ptolomeos decidieron que cada buque que pasara por el puerto, centro económico de la época, debía entregar todos los documentos que llevara con el propósito de ser copiados por los escribas de la biblioteca (siendo el original el que se quedaba en la misma, devolviendo la copia a los desprevenidos mercaderes).

    La enorme cantidad de documentos que supuso el uso de este sistema de depósito, suscitó que los mismos reyes encargaran a los primeros bibliotecarios la creación del que se considera el primer catálogo temático de occidente. Un catálogo que, según calculan optimistas historiadores, apenas abarcaba poco más de la mitad de los archivos de la biblioteca. Así pues, encontramos en esa gran biblioteca primordial algo semejante al desparecido Altavista.com o el antiguo Yahoo.com: un directorio que clasificaba (muy «artesanalmente») la información disponible en la World Wide Web.

    Todo esto es una introducción necesaria para concluir que, desde el estricto punto de vista bibliotecológico, ni la Biblioteca de Alejandría ni la Web de hoy se pueden considerar una biblioteca moderna. Más bien son un mero depósito, desordenado e inconexo en su mayoría, de una enorme cantidad de documentos. Y esto, aclaro, muy a pesar del sueño de Sir Tim Berners-Lee cuya visión inicial de la WWW es más cercana a la naciente Web Semántica.

    Apenas en la primera mitad del Siglo XX comenzamos a ver completados los paradigmas de la biblioteca moderna: información clasificada y catalogada, públicamente disponible y fácilmente localizable por aquellos que la requieran. Paul Otlet y Melvil Dewey construyeron por esa época los sistemas de organización del conocimiento que sobreviven en las bibliotecas de hoy: el sistema de Clasificación Decimal Universal -CDU- y el Dewey, respectivamente; los responsables de esos extraños números que vemos en los lomos de la enorme mayoría de las bibliotecas públicas en el mundo. Fue ese tipo de sistemas artificiales los que dieron nacimiento a la ciencia de la documentación y la bibliotecología, lo que exigió profesionales concentrados en la tarea de entender y organizar el conocimiento. Aún así, ni el mismo Otlet con su soñada gran biblioteca universal: el Mundaneum, logró organizar el conocimiento humano para ponerlo a disposición de otros.

    En la Web primordial, los bibliotecarios, vimos renacer un sueño más cercano al de la revolución francesa y sus biblioteca de acceso público y abierto: un espacio para que las universidades y los centros de investigación (primeros usuarios de la Internet) pusieran a disposición el conocimiento humano. Soñaban desde el CERN, de la mano de Tim Berners-Lee, con una web donde los autores tuvieran la capacidad de clasificar sus publicaciones en la web con el uso de meta-datos especiales insertos en el código HTML oculto (una técnica semejante a la que ya usábamos los bibliotecarios en las viejas fichas catalográficas) pero la inmediatez le ganó la batalla a ese sueño.

    Con el surgimiento de la web 2.0 y la transformación de la WWW en un universo de creación y no solo de consumo de información vimos como el ciudadano común podía aportar a esta «biblioteca» convirtiéndose en prosumidor. La aparición de este nuevo paradigma de interacción y su consecuente aumento exponencial de la información disponible en la Web, exigió el replantearse los viejos métodos de organización de las páginas en catálogos al estilo de directorio (los ya mencionados Yahoo y Altavista). Fue aquí donde Larry Page y Serguéi Brin crearon el algoritmo que dio nacimiento a Google: el PageRank, un sistema de búsqueda y clasificación de páginas web basados en principios de la Cienciometría (una disciplina de la ciencia de la documentación y la bibliotecología). Curiosamente ¡pero no de casuaIidad! los mismos fundadores hacen de la misión de Google «organizar la información del mundo para que todos puedan acceder a ella y usarla», un asunto que suena muy conocido y cada vez más cercano a la biblioteca.

    La pregunta es ¿Han sido exitosos en este propósito? La respuesta corta: definitivamente no. La web no es una colección del conocimiento humano sino una inmensa vastedad de experiencias humanas que, mientras no estén organizadas, no constituyen información que pueda usarse de manera confiable para la construcción de conocimiento.

    ¿No hay entonces fuentes «realmente confiables» de información en la Web? Las hay y no pocas. Aquí debo hacer una pausa para dar por sentado mi punto de vista frente a la tecnología: cualquier tipo de tecnología, para mi, no es más que un amplificador de la capacidad humana. Así pues la web no ha inventado nada nuevo, ni bueno ni malo, pero ha ampliado la memoria de la humanidad a tal punto que se nos hace difícil encontrar la manera de organizarla. La solución la ha venido dando unos cuantos desde perspectivas distintas: la creación de bases de datos científicas de artículos indexados y clasificados (que en la práctica constituyen una web, dentro de la web) o el desarrollo de buscadores académicos (de la mano de Google, incluso) y, más recientemente, la aparición de motores de búsqueda semánticos que procuran interpretar nuestras preguntas como lo haría un buen bibliotecario (de entre ellos: Wolfran Alpha).

    Notaste sin embargo que, en el párrafo anterior. puse entre comillas «realmente confiables». Aún esas tres fuentes web de información deben pasar por un filtro que hemos descuidado enormemente: nuestra capacidad de análisis. Somos nosotros, los humanos, las más perfectas máquinas de asociación de conceptos y de análisis de datos que existe pero lo hemos olvidado. Bien hablas de la Curación de Contenidos (o Curaduría si se prefiere) como una herramienta para navegar en este mar de información, pero es esta apenas un componente de una habilidad cuya enseñanza tendría que hacer parte de cada currículo educativo actual: la alfabetización informacional (o information literacy, en inglés).

    Entender y hacer uso de herramientas como el etiquetado social, la catalogación/clasificación en la fuente, la creación de enlaces, la citación de fuentes y recursos asociados, el análisis de la sintaxis y la semántica o el estudio de la verosimilitud en los textos nos permitirían convertir la web en una verdadera biblioteca. Una biblioteca que además, pueda ser usada no solo como instrumento para el e-learning sino para la toma de decisiones cotidianas.

    Esta evolución que se ha dado en la web, con el surgimiento de nuevas necesidades, tendría que enseñarnos también a los bibliotecarios que no tenemos garantizado nuestro futuro: requerimos tanta transformación en nuestra disciplina como lo requiere la biblioteca. Mientras no comprendamos que nuestra razón de ser es la satisfacción de las necesidades informacionales del ser humano (y no el edificio, el depósito, el libro, o su versión ‘e’), no tendrá sentido nuestra existencia. El desarrollo de e-learning, la web semántica, el big data, el Internet de las cosas, la lingüística computacional y tantas otras modalidades de búsqueda y transferencia del conocimiento adquieren nuevos y más amplios sentidos cuando incluyen bibliotecólogos en sus equipos.

    Espero esto amplíe la conversación y podamos seguir en contacto.

    Saludos,

    Santiago @MedeJean

  2. Hola Juan Carlos, efectivamente los contenidos para la virtualidad, aun cuando la disponibilidad de materiales en la Web es abundante, requieren de un análisis juicioso y responsables, para entregar a los estudiantes, hipertextos e hipermedias pertinentes, es decir que efectivamente aporten al aprendizaje significativo del estudiantes.
    Siempre será un reto para un equipo interdisciplinario (cuando la educación virtual se hace con responsabilidad) la selecciona de los materiales de apoyo y por supuesto la construcción de materiales tales como objetos virtuales de aprendizaje, que respondan a las necesidades reales del curso virtual que se está diseñando.
    En Internet por supuesto el acceso a la información es prácticamente ilimitado, pero como dijo al quien que no recuerdo ya «El Internet es un mar de información con un metro de profundidad» haciendo referencia a la calidad de la información que se encuentra.
    Bueno como salvavidas para el conocimiento están las bibliotecas virtuales yes allí donde la bibliotecología cobra importancia, así que un e-bliotecologo es bienvenido para acompañar los procesos formativos en ambientes virtuales de aprendizaje.

    Un abrazo.

  3. JuanCa estamos totalmente de acuerdo, la educación virtual tiene implícitas muchas ventajas, no podemos desconocerlas, la posibilidad del aprendizaje a distancia, la interacción con personas de diversas culturas, profesiones, miradas políticas, sociales, en sí misma la diversidad que puede permitir dependiendo del modelo y programa a realizar.

    La accesibilidad desde cualquier dispositivo (si está bien desarrollada la plataforma) y las herramientas con que cuenta el e-learning que hacen que la experiencia de aprendizaje se asemeje mucho a una construcción colaborativa.

    De otro lado, valoro la autoexigencia que implica este modelo pedagógico en cuanto a manejos de tiempos y demás, y es en este punto donde se hace clave detenerse en la reflexión a la que llamas: la curaduría de contenidos es esencial para lograr avances reales y tangibles en la adquisición de conocimientos y en la construcción de argumentos sólidos de aprendizaje, pero además de la responsabilidad que tienen las instituciones y docentes en la selección de este material multimedia, creo que hay una pregunta que también debemos hacernos, y es si el e-learning es para todo tipo de públicos, porque aún haciendo una selección detallada de los recursos que se ponen a disposición del estudiante, creo que es muy importante que el mismo estudiante tenga criterios de selección de información, de validación de contenidos e incluso, de honestidad en el uso de los mismos… pues la facilidad de encontrar material en la Web también ayuda a que se manipule y se use al antojo promoviendo incluso prácticas que van en contravía de lo que se busca al momento de generar conocimiento.

    Aplaudo el reconocimiento que haces a la labor de los bibliotecólogos y considero muy pertinente hacer ese llamado a que participen en procesos de e-learning, eso sí, para esto también es vital alinear los objetivos y expectativas del proceso de aprendizaje para que todos los roles implicados aporten a la consecución de los mismos.

    Espero que este aporte, que es más una validación de lo que escribes te sea útil. Un abrazo.

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