Medellín, Colombia.

Convocatoria de trabajo para MacGyver

Hace más de diez años culminé mis primeros estudios universitarios. Según el título, soy Comunicador Social – Periodista.

Sí, soy de esa extraña especie de profesionales de la comunicación que no volvieron a ser fruto de la academia antioqueña de fin de siglo. Y no quiero que esto suene a rechazo con los programas nuevos… solo fueron tiempos y miradas diferentes.

Recuerdo que durante la ceremonia de grados uno de mis compañeros me preguntó: “¿Juan, qué vas a hacer? ¿Ya tienes trabajo?”. Afortunadamente ya estaba en marcha mi proyecto empresarial: e-Lexia, pero no era una garantía de estabilidad salarial.

Mi primer salario

Gracias a mi participación en un proyecto de periodismo digital universitario, mi práctica profesional y mis proyectos con e-Lexia, mi diploma de comunicador vino acompañado de una invitación para ser docente en comunicación digital.

Sin dudarlo, acepté el trabajo y me convertí en profesor de cátedra de una de las universidades más prestigiosas de Colombia. Combiné mi trabajo como gerente con la cátedra universitaria. Era muy feliz.

El primer recibo de nómina llegó en el tiempo que había sido indicado (la universidad siempre fue un buen patrón). Cuando noté la suma del pago me sentí a total gusto y no presté atención al detalle. Casi nunca lo hice, para ser preciso.

Semestres más tarde, por curiosidad de unos alumnos, me di a la tarea de conocer cuánto y por qué ganaba esa cantidad de dinero.

¿Profe, a usted cuánto le pagan por dar clase?

En mi empresa sabía cuánto y por qué era mi salario. Yo era quien tomaba la decisión. Pero en la universidad no tenía conocimiento. Y aunque estaba cómodo con la propuesta económica, me surgió la duda luego de una conversación con mis alumnos sobre “cómo valorar un proyecto web”.

En e-Lexia sabía cómo cuantificar y rentabilizar un proyecto. Sabía cuántos empleados y cuántas horas/hombre necesitaba. Tenía claro mi margen de ganancia. Era sumar. Pero en la universidad, ni idea.

Pregunté a la Facultad y comprendí que mi salario estaba alineado con mi formación profesional. Si mal no recuerdo, para ese momento, estaría ganando unos siete dólares por hora.

(Nota: estos cálculos están con un dólar americano por debajo a los dos mil pesos colombianos.)

El contrato era semestral. Incluía las prestaciones sociales y -si mal no estoy- subsidio de transporte. Insisto, no presté atención al pago. Fueron nueve años donde -incluso- pasaba meses sin firmar un contrato. ¡Tantas veces que me regañó la secretaría de la Facultad por este tema!

¿Dónde se puede ganar más?

Con el paso del tiempo fui entendiendo que en la vida laboral mientras más experiencia y formación se obtenga, mayor aspiración salarial se puede tener. Así, si alcanzaba un posgrado de un año, podría subir un 50% del valor base. Con Maestría, duplicarlo. Y doctorado, pues mucho más.

También aprendí que las universidades colombianas no tienen un valor regulado por hora cátedra. En una universidad privada podría ganar hasta tres veces más que en una pública.

Luego conocí el sector gubernamental y supe que la hora podía ser hasta tres veces mayor que en la universidad pública. Y la cifra se quintuplicaba si trabaja directamente en la capital.

No entendía esa fluctuación salarial. En mi empresa todo estaba definido: tanto por esto, tanto por aquello y tanto por esto otro. No es como sucede en las tiendas Juan Valdez, donde el mismo ‘Café Campesino’ varía su valor de acuerdo a la tienda. (¿En serio?).

Me di a la idea que esa confusión se debía a mi inmadurez laboral. Nada que hacer. Planteé dos modelos financieros: uno para mi empresa y otro para el resto del mundo.

Mi época de empleado

Después de ocho años de intenso trabajo decidí dar una pausa a mi proyecto empresarial y conocer, de tiempo completo, el mundo del empleado. Decidí tener jefe las 24 horas del día.

Mi primer intento de buscar trabajo terminó en dos entrevistas: dos universidades, ambas privadas. La una con un enfoque social; la otra, empresarial. Ambas prometían un buen trabajo. Con ambas tenía afinidad.

¿Con cuál me quedé? Con la que pagaban más.

Para seguir dando cifras e ir identificando qué pasa con las convocatorias de hoy, mi salario de ese momento sumó mil dólares mensuales (aproximo, para hacer más fácil las cosas).

Cuando terminé aquel primer proceso me presenté a una nueva convocatoria. Para aquel momento ya tenía un primer posgrado. El salario, los mismos mil dólares mensuales, pero la dedicación era medio tiempo. ¿Sabes dónde estaba? Sí, en el sector gubernamental.

Cuando terminé el proceso, volví a buscar trabajo y llegué a otra institución educativa. El salario: setecientos cincuenta dólares. También medio tiempo.

Por ires y venires, terminé en otra institución, con un salario de mil trescientos dólares. Tiempo completo.

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Lo que aprendí como empleado

En general, identifiqué que el salario promedio -gracias a mi formación y experiencia- estaba en mil dólares mensuales. Estaba bien para mí.

En esa época también comprendí que tenía que cumplir un horario, seguir las instrucciones de un jefe, presentar informes sobre mi quehacer y un sinnúmero de actividades propias de un empleado. No tenía problema con ello.

Pero lo grato era que en todos los trabajos tenía algo claro: era comunicador. Sí, en algunos casos me tocaba hacer algo de diseñador, en otros dármelas de ingeniero… pero era comunicador.

En esa época todo era coherente. Las empresas requerían a un profesional X (con un salario A). El profesional X tenía apoyo de los profesionales Y y Z.

El camino al desempleo

En un momento de mi vida decidí tomar un descanso laboral y dedicarme a estudiar. Terminé dos posgrados más y afiné mi competencia en un segundo idioma. Quería fortalecerme profesionalmente y aspirar a algo más ambicioso.

Luego de unos años volví al ruedo. Me registré en varios portales laborales, actualicé mi hoja de vida y anoté una aspiración salarial.

¿Resultados? No aplicaba a nada.

De un momento a otro las empresas estaban requiriendo solo practicantes o recién egresados (yo ya había dejado la universidad hace mucho tiempo).

De otra parte, las convocatorias dirigidas a profesionales eran estrictas en buscar solo profesionales, es decir, si el candidato tenía una maestría no sumaba puntos sino que restaba (¿en serio?).

Y las que apostaban por candidatos de alta formación eran tan escasas que la posibilidad de ganar una lotería era mayor a la de obtener el puesto.

Al parecer, mientras más estudios alcanzaba, más cerca al desempleo me encontraba.

La carrera al desempleo: licenciatura, maestria, doctorado y desempleo

Ante tal panorama decidí ocultar mis títulos.

Necesitamos un X, Y y Z

Entendiendo la dinámica del mercado, me volví un “profesional raso”. Solo soy un comunicador. Creí que tenía todo solucionado: un título profesional, una experiencia de varios años y un desinterés por el salario (siempre me ha acompañado esa característica).

Volví a los portales de empleos, actualicé mi hoja de vida y afiné los criterios de búsqueda. Pero, nuevamente, no aplicaba.

Las convocatorias de entidades públicas y privadas estaban buscando profesionales “MacGyver”, es decir, personas que resuelven TODOS los problemas utilizando su inteligencia superior y sus amplios conocimientos técnicos (así define Wikipedia a este personaje).

Y no es que esté en contra de MacGyver, pues un profesional debe solucionar los problemas. Pero una cosa es la “Carta a García” y otra el personaje de la serie norteamericana.

Permítame me explico:

La Carta a García, rápidamente, hace referencia a realizar una tarea sin mayores preguntas. Y para eso están los profesionales, para realizar un proyecto de manera inteligente, estratégica y autónoma sin mayores complicaciones. De ahí que los profesionales universitario estén orientados a la gerencia del conocimiento.

Pero, el señor MacGyver es un aventurero, empírico y súper-humano que está dotado de una habilidad sobrenatural para resolver cualquier problema. Entonces MacGyver es capaz de arreglar una estufa, operar un helicóptero y diseñar una campaña en Facebook. ¡Ajá!

Las empresas de hoy en día estaban buscando un profesional que hiciera las tareas de X, Y y Z.

Y la situación se tornaba más oscura cuando identificaba el salario: 400 dólares, cuando mucho.

Hágale y mire qué pasa

Ante tal incertidumbre busqué una orientación en amigos y familiares. Tenía que entender qué estaba pasando con las empresas colombianas. e-Lexia no era así. Que en momentos necesitaba un MacGyver: sí, lo acepto. Pero no era un requisito. Y, además, en mi empresa se formaba a los empleados.

Luego de conocer experiencias entendí que había que “lanzarme al ruedo”: mandar la hoja de vida, ir a la entrevista y ver qué pasa. Como dicta un refrán: el peor mandado es el que no se hace.

Para mi sorpresa, empezó a sonar el teléfono (no la cantidad de veces que quería, pero sonaba). En algunos procesos sentía que desde la entrada a la empresa me descalificaban. Pero en otros lugares lograba avanzar hasta la entrevista final.

Algunos trabajos los obtuve. Otros no.

Hoy, estoy casi seguro que las empresas que buscan a personajes superdotados presentan debilidad en sus procesos técnicos, estratégicos y financieros.

  • Técnicos, porque omiten (sacrifican) la presencia de un profesional en flujo de trabajo que así lo exige.
  • Estratégico, porque no diseñan ni aplica una política de calidad.
  • Financiero, porque consideran la disminución de la nómina como una inversión.

Que los hay, los hay

¿Que si hay MacGyver en Medellín? Sí, los hay. Y a veces pienso que yo soy uno de ellos. Pero creo que las empresas no necesitan este tipo de personajes.

Firmemente, considero que las organizaciones -sean públicas o privadas, gubernamentales o no- requieren personas expertas en un área, con habilidades del trabajo en equipo (y esto incluye el respeto y humildad por el conocimiento del otro) y con un enorme deseo por desaprender y aprender.

Sí, estoy de acuerdo con que los profesionales de hoy deben ser más capaces, con mayor conocimiento y más competentes… pero no hay que exagerar.

No le metamos más frutas al salpicón que ya con el banano, la piña, la papaya, el mango, las uvas y la sandía es suficiente.

Nota: Por cierto, no quise seguir escribiendo sobre los salarios, pues la conclusión hubiera terminado en una matrícula para estudiar actuación, un tiquete a los Estados Unidos y una solicitud para protagonizar una ‘re-make’ de una serie ochentera.

La excepción

Quiero hacer la claridad que esta situación no sucede con todas las empresas de la ciudad y el país. Hay muchas empresas que ofrecen muy buenas opciones laborales: salario más que digno, coherencia entre las funciones y el cargo, oportuna proyección profesional, entre otros.

Escribo este texto para representar algunas situaciones puntuales. Es una válvula de escape que necesitaba abrir, especialmente cuando encuentro convocatorias de trabajo que “me sacan el aire”.

Incluso, hace unas horas envié mi hoja de vida a una empresa. El cargo al que aspiro: Coordinador e-Learning. Las funciones: coherentes. El salario: está bien, no me quejo.

Por cierto, y antes de irme, si usted es un posible empleador y tiene una buena oferta laboral, llámeme. Soy una buena opción.

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Por:
Juan Carlos Morales S.
Comunicador y educador
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