Medellín, Colombia.

El estudiante virtual también es estudiante

Mínimamente, el estudiante universitario tiene tres momentos en su vida académica: cuando es aspirante, cuando es estudiante y cuando es egresado. Existen otras situaciones, pero son poco comunes y no relevantes al punto que quiero abordar en esta entrada.

Estas tres etapas están plenamente identificadas por la universidad y, para cada una de ellas, se diseñan estrategias, soluciones y promesas de venta.

Por mencionar algunas: al aspirante lo cautivan en ferias escolares y cursos extracurriculares, que demuestran las posibilidades y logros que obtendrá si se matricula en la institución; al estudiante le comparten boletines de prensa con los logros obtenidos y cómo estos redundan en la calidad de su formación, y al egresado le comparten ofertas de trabajo y programas de formación continua y de posgrado.

Estas estrategias aplican para programas de formación presencial, a distancia y virtual. ¡Claro, así debe ser! Sin embargo, no siempre funciona así. Miremos un caso puntual.



El primer gran dolor de cabeza

Como lo he mencionado en otras entradas de este blog, soy egresado de una maestría en educación y tecnología. El programa en mención es ofertado por una institución centroamericana, a través de metodología e-Learning, y ha logrado convocar a decenas de estudiantes hispanohablantes.

Cuando era aspirante, la Institución me vendió la idea que el desarrollo de la Maestría sería en un ambiente 100% virtual, es decir, todas las situaciones académicas, administrativas y de bienestar (entre muchas otras) se realizarían a través de medios electrónicos y en línea. Así lo entendí y así lo sigo entendiendo.

Con el inicio del programa, la promesa parecía cumplirse en su totalidad. La solicitud y el pago de la matrícula se había realizado por Internet; los cursos se desarrollaban en la plataforma LMS, y las sesiones sincrónicas se apoyaban en un sistema de videoconferencias. Hasta ahí, todo en orden y coherente.

Infortunadamente los problemas llegaron a los pocos meses, cuando la Universidad programó un encuentro internacional sobre accesibilidad y educación. Según cuentas, el programa había modificado su calendario para que uno de los cursos en accesibilidad coincidiera con el evento. Sí, interesante y pertinente, pero no de esa forma.

Resulta que el encuentro internacional fue presencial y las profesoras del curso -con el apoyo de la Institución- decidieron cambiar la metodología de virtual a presencial, es decir, todos los estudiantes debíamos ir hasta la Universidad para recibir clase (“Así aprovechan y asisten a las conferencias”, era la excusa de una de las profesoras).

La mayoría de los compañeros no tuvieron mayor inconveniente. Unos trabajan en la misma Institución y otros vivían en la misma ciudad. El asunto es que yo había elegido ese programa 100% virtual para facilitar mi movilidad. En ese momento estaba a 11.544 kilómetros de distancia

Presenté mi caso a las profesoras del curso en mención y la única respuesta fue: “Si no asiste a las sesiones presenciales, su evaluación se verá afectada”. Escribí a la coordinación del programa y la respuesta no fue alentadora.

En defensa mencioné el precio de los pasajes aéreos (que sumaban más de 5000 dólares), el valor de los hoteles durante una semana y -lo más importante- la posibilidad de perder mi visa neozelandesa. Pero nada de eso fue suficiente para profesores y directivas.

Al final del curso -tal como me lo habían advertido- mi promedio académico descendió casi un 30%. ¡Oh gran dolor de cabeza para justificar mi ausencia!

La ceremonia de grados

Con ese antecedente, sospeché que la situación podría complicarse en cualquier momento. Revisé la agenda académica de la Universidad y, afortunadamente, no había nuevos eventos presenciales que estuvieran relacionados con la Maestría.

Regresé a mi país (que no es el mismo de la Institución) y continué con mis estudios, pero siempre con el temor que “en cualquier momento debo viajar a la Universidad”.

Y claro, los problemas volvieron a presentarse con la documentación para el proceso y la ceremonia de grados. Nuevamente la Universidad me trató como un estudiante que va todos los días al Campus.

Reaparecieron mis correos, mis defensas y mis explicaciones (y reclamos) de la promesa inicial: la maestría es 100% virtual.

Con tanto presión encima y con el temor de perder mi título como magister, me di a la tarea de ahorrar dinero para viajar a la ceremonia y reclamar personalmente mi diploma.

La sorpresa es que el Instituto (equivalente a Facultad) le dio por tomarse el día libre y nadie me recibió. Afortunadamente, los compañeros me orientaron sobre el proceso y logré realizar los pagos y trámites respectivos a la ceremonia.

¡Ah, miento! Sí hubo contacto del Instituto. El día anterior a la ceremonia de grados recibí un correo electrónico donde me mencionaban que había obtenido un reconocimiento por buen desempeño académico y debía realizar un discurso. Hubiese sido interesante notificarme con anterioridad.

Y el otro contacto fue minutos antes de la ceremonia de grados, cuando dos comunicadores me pidieron dar mi testimonio como estudiante virtual. “La idea de este video es continuar promocionando la maestría en Internet, y como usted es colombiano pues mostramos que este programa no es solo para los aspirantes de este país”, mencionó uno de ellos.

Al final de los grados, guardé mi diploma, mi mención y regresé a mi país.

Me retiré triste pues -luego de dos años de estudio y un excelente rendimiento académico- ningún administrativo tuvo la delicadeza de orientarme en el proceso de finalización, asistir a la ceremonia de grados o -al menos- enviar un mensaje de felicitación.

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Un nuevo dolor de cabeza

Luego de varios meses de la graduación me di a la tarea de convalidar el título de magister ante el Ministerio de Educación de mi país. Para ello, debí contactarme nuevamente con la Universidad.

Para no hacer muy extensa esta entrada, el primero de marzo de 2018 envié un correo electrónico a mi Universidad (sí, es mía, pues soy egresado de allí).

Comenté la situación y solicité los documentos que exige la entidad gubernamental de mi país que realiza el proceso. A través de Internet, realicé los pagos respectivos, presenté las solicitudes y envié documentos que tenían lugar.

El asunto se complicó cuando la Universidad me notificó que debía llevar estos documentos impresos ante el Ministerio de Relaciones Exteriores del país centroamericano. Les comenté que no tenía los recursos financieros para viajar y permanecer en la capital de manera indefinida. La recomendación fue: “dígale a un familiar o a un compañero”.

Entendí la situación y les comenté que poco o nada podía hacer. Sin embargo, me di a la tarea de buscar ayuda.

Luego de unas semanas, la Universidad me escribe y me comenta que están estudiando mi caso y buscan ayudarme, pues quieren documentar el proceso para futuros estudiantes internacionales. Me pareció genial, aunque no entendía cómo había solucionado el asunto con egresados anteriores.

Luego de más de nueve meses, la Universidad me escribe diciéndome que el proceso no lo pueden realizar. Que el trámite es ajeno a la Institución y deben realizarlo familiares o amigos del estudiante – egresado.

A modo de reflexión

Entiendo el proceso. Entiendo que la Universidad tiene unas tareas internas y hay trámites que no dependen de ella. Pero ¿en serio nueve meses para responder “mil disculpas… no podemos ayudarlo”? ¿en serio que no pueden enviar alguna orientación, una guía o un número telefónico de una empresa de encomiendas?

Nunca he pretendido que la Universidad estudie por mí, presente las evaluaciones a mi nombre o me lleve de la mano a los grados… pero desde el principio -desde cuando era aspirante- la Universidad me vendió confianza, acompañamiento y conocimiento. Y al final, lo que recibo es frustración, dolores de cabeza y desorientación.

Actualmente, estoy apoyando un evento que reúne empresarios de más de 30 países. El evento no expide y ni realiza acompañamiento en la expedición de la visa (no hace ningún tipo de promesas al respecto) pero sí se preocupa por ofrecer -en su sitio web- una guía amplia sobre el proceso, anexando sitios web, formularios de solicitud y datos de contacto.

El asunto aquí no son los trámites. Mi reflexión busca identificar la sensibilidad de las universidades que ofrecen programas virtuales a estudiantes internacionales. ¿Están dispuestas y preparadas para orientarlos?

En mi país he asistido a reuniones con rectores y directivos que se preocupan por el transporte público de sus estudiantes presenciales, por dar un ejemplo. Buscan estrategias con empresas de transporte y el gobierno local. ¡Y la Institución no tiene como core el transporte de personas! Pero sí se preocupan por el bienestar y la excelente experiencia del estudiante… del aspirante y del egresado.

¿Por qué no llevar estas preocupaciones / intenciones al estudiante virtual? ¿al internacional? Al parecer -al menos en esta Universidad- lo único que les interesó fue el pago oportuno que realicé cada mes, porque ni una carta de felicitación llegó luego de mi mención summa cum laude.

Como lo he repetido en este blog, el estudiante virtual es “un estudiante común y corriente” … no es un extraterrestre.

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Por:
Juan Carlos Morales S.
Comunicador y educador
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