Medellín, Colombia.

Los peligros del silencio en el trabajo

Definitivamente, somos seres comunicantes. Nuestra forma de hablar, caminar, vestir, mirar, sonreír, escribir, dibujar y hasta gritar nos permite compartir ideas, decisiones, significados y significantes con los demás.

Sin ir lejos, este texto deja entrever, por ejemplo, mi conjunto de valores alrededor del trabajo y la vida profesional. ¡Ya se darán cuenta el porqué de la afirmación! Además, la fecha de entrega de esta evidencia de aprendizaje* sirve como indicio para conocer mi apuesta por la educación y la constante negociación entre mi vida y responsabilidad profesional.

Pero ¿qué pasaría si no hubiese enviado la actividad? ¿Hubiese comunicado? En esencia, sí. Y es que la ausencia del mensaje, el silencio, también es un mecanismo de comunicación. Hablar o callar comunican.

Para explicar lo anterior, recojamos los elementos del lenguaje radiofónico. Los periodistas, comunicadores y ahora creadores de contenidos especializados en el podcast utilizan la palabra, la música, los efectos de sonido y el silencio para comunicar. Estos cuatro elementos tienen la capacidad para construir universos narrativos reales y ficticios.

El silencio en el trabajo

Hace un par de años estuve vinculado a una empresa educativa. Al iniciar el proceso y durante las dos semanas de inducción, el mensaje que me compartieron fue constante: “Aquí podrás aprender y hacer muchas cosas. Cuentas con todo el apoyo de la Dirección”. Ese fue el mensaje explícito, la palabra dicha. Y sí, efectivamente, había mucho por aprender y hacer.

Sin embargo, la bienvenida tenía un mensaje oculto, algo que poco habían dilucidado. Era una situación silenciosa.

Como lo fui descubriendo las semanas siguientes, el equipo de trabajo al que me estaba insertando tenía un problema de ambiente laboral enorme. Rabias, lágrimas y un “plan tortuga” se habían apoderado del ambiente. Innegablemente, esta situación afectaba la productividad del equipo e iba en contravía a la promesa del inicio.

Fue entonces cuando decidí, antes de tomar alguna consideración disciplinaria o contractual, conversar con todos y cada uno de los compañeros de trabajo. Mi objetivo era claro: identificar la validez de las quejas e incomodidades.

Durante poco más tres semanas dediqué parte de mi horario a conversar con mis compañeros. Un chocolate, un helado o un almuerzo sirvieron como escenario de comunicación. Poco a poco el silencio se convirtió en palabra y logramos, entre todos, identificar cuál era el génesis de la situación.

Decisiones

El ejercicio, que contó con la orientación del área de talento humano, fue -sin más- un asunto comunicativo: poner en común entre todos los actores la situación.

¡Claro! Para mí fue todo un reto pues fungí como epicentro de la relación: conocía las percepciones y significantes de una parte y otra, era quien escuchaba las quejas, “secaba las lágrimas” y procuraba dar un parte de tranquilidad, en el marco de mis posibilidades… siempre fui claro.

Lo acertado de la situación, para unos y para otros, es que el mismo ejercicio permitió que todos tomaran un posición personal y profesional sobre el ambiente de trabajo. Algunos, luego de expresar su silencio, decidieron dar un paso al costado. Otros, comenzaron a organizar ideas y proyectar una “ruta de escape” en el corto plazo. Y otros tantos, la mayoría, decidieron continuar.

Por mi parte, conociendo la situación y con el aval del equipo de trabajo, decidí escalar el tema a la dirección de talento humano. Allí diseñamos un plan de trabajo y se plantearon algunas decisiones de orden contractual.

El proceso, desde mi punto de vista, estaba logrando su cometido.

El ruido en mi contra

Paradójicamente, mientras me ocupaba en mejorar el clima laboral de mis compañeros, “el ruido” (utilizando un término también comunicativo) había cambiado su rumbo. Ahora era yo quien sentía rabias y lágrimas. Eso sí, el “plan tortuga” nunca lo consideré.

Traté de encontrar un interlocutor pero la respuesta fue: “el génesis se queda”. Luego, se presentaron tres hechos que rompían los acuerdos comunicativos y, especialmente, éticos de la Institución. ¿La respuesta? Risas… lo que significaba más ruido.

Sin dar una pelea, pues hay asuntos que tengo claro que jamás volveré a negociar, me propuse dejar lo más saneada posible la situación de mis compañeros y comunicarle a la Institución mi decisión de renuncia. Al principio hubo una invitación a reflexionar, pero en el segundo anuncio comprendieron amplia y respetuosamente mi posición.

Dos semanas luego de mi salida, para no dar lugar a un silencio mayor, y por recomendación insistente de mi jefe inmediato, compartí un informe general de trabajo. En él, especialmente, resalté la necesidad de fortalecer los canales de comunicación, no solo al interior de los equipos sino entre todos los equipos que hacen parte de la organización.

Somos seres comunicantes y cuando la comunicación falla, cualquier relación -sin importar de qué índole va- seguro fallará.

* Este texto obedece a un ejercicio académico.

BTW: Termino de escribir y siento una constante en mi vida laboral. Sonrío por lo curioso del asunto. Pero me entristece recordar las críticas de algunos: al parecer, para ellos es más importante la quincena que una posición crítica y ética… En fin, tampoco voy a iniciar una pelea en mi blog… ¡Por eso estamos como estamos!

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Por:
Juan Carlos Morales S.
Comunicador y educador
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