Medellín, Colombia.

¿Por qué ser profesor?

Hubo una época en mi vida (entrando a la adultez) donde familiares y amigos me recomendaban plantar un árbol, escribir un libro y tener un hijo (y otras tantas cosas que no recuerdo). Sí cumplía todo aquello podría garantizar que mi recuerdo quedaría en la memoria de muchos.

Hoy sigo sin escribir el libro,… pero ya publiqué dos documentos en iTunes, donde se registran más de 16 mil descargas. Tampoco he sembrado el árbol,… pero soy muy amable con el medio ambiente: trato de reciclar, guardar la basura hasta llegar a casa, utilizar servicio público, entre otras acciones. Y sobre el hijo: seguimos trabajando el tema.

Lo curioso es que, de todas esas condiciones, ninguna hablaba sobre el oficio de enseñar. Quizás escribir un libro se acerca, pero no necesariamente se escribe para enseñar (como esta entrada, que es solo una reflexión).

En ese sentido, para aquellos que tanto me aconsejaban, quiero agregar un nuevo elemento: “Antes de morir debes enseñar algo”. En términos más empresariales: “Antes de morir debes realizar gestión de conocimiento”.

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Mi vida estudiantil

Mi primer profesor fue Julio. Todavía recuerdo su afán por enseñar. En sus clases aprendí que la tierra es una esfera y existen más países (fuera de Colombia) con ciudades, playas, montañas y personas. Las clases de geografía eran un viaje alrededor del mundo, donde solo usábamos un globo terráqueo a escala y la imaginación.

En el colegio conocí nuevos profesores. Este nuevo entorno de aprendizaje amplió el grupo docente: “este da clase en la mañana, aquel es de la tarde y ese que va por allá es del Tecnológico (por la noche)”. Profesores católicos y ateos; de la ciudad y fuera de ella; feos y feas (y una que otra bonita). La “carta de maestros” era extensa.

De mi paso por el colegio recuerdo al profesor Noel (estoy convencido que no había otro profesor en la ciudad con ese nombre). Tantos recuerdos del profesor. “Morales ¿hizo la tarea?”, me preguntaba a cada rato. La clase era las dos últimas horas de la jornada y no lograba quedarme quieto por la ansiedad de encontrarme con mi hermano y regresar a casa. “Sí profe, ya está hecha”.



Mi primera experiencia universitaria fue en la Nacho: un semestre de ingeniería. Un tiempo corto donde conocí algunas personas (de ellas, el 99.5% no volví a ver en mi vida), vendí dulces, aprendí a interpretar la flauta y a entender que –pese a las recomendaciones de las pruebas sicológicas- las matemáticas no son de mi agrado.

Meses después fui a la Universidad de Antioquia: El Alma Mater del Departamento, el símbolo de la excelencia y rigurosidad académica de la región y el país.

Afortunadamente ya conocía la UdeA: desde mi concepción había estado recorriendo los pasillos de la Universidad, pues mi familia ha prestado servicios de docencia y apoyo a la formación de ciudadanos durante más de 80 años. La Universidad la recorría como mi casa. Conocía cada espacio, truco, atajo, servicio y escondite.

Sin embargo, tenía algo que no conocía: los docentes. Encontré profesores buenos y malos, feos y más feos, con una responsabilidad ética alta y otros en números rojos. Y me gustaba esa pluralidad universitaria, ese universo de sensaciones, emociones, conceptos y trampas.

Es curioso: mientras escribo esta entrada me voy dando cuenta que hice más “amigos – profes” que “amigos de la Universidad”.

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Sobre mi vida docente

Cuando terminé mi carrera profesional tenía dos opciones de trabajo: mi propia empresa, la cual venía diseñando desde varios meses atrás; y apoyar la Universidad como docente del curso “Medios Interactivos”.

Tomé la decisión de apuntar a los dos proyectos. Quería ser un empresario exitoso y, además, el mejor profesor del Alma Mater. Tenía eso claro, era mi proyecto de vida y empecé a trabajar por ello.

Cinco años más tarde mi empresa me pidió una (gran) pausa, por lo que decidí hacerme a un lado. Sin embargo, la docencia seguía ocupando espacio en mi mente, estrategia y corazón. Había traslado el oficio de enseñar a un lugar donde el amor, la pasión y el desprendimiento hacían una mezcla sin sabor.

Y es que el oficio lo realizaba sin esperar algo a cambio. Recuerdo las tantas veces que recibí llamadas de la dirección de la Facultad: “Profesor ¿cuándo va a firmar contrato? Esas clases no se las van a pagar”. A lo que respondía: “No te preocupes Maria, que yo doy clase por amor”. Igual, al final de la semana debía pasar por la secretaría a firmar el documento, pues no me permitían dar clase sin un documento oficial.

Hoy, ocho años después, cinco universidades, más de 800 estudiantes (presenciales y virtuales), cerca de 300 semanas de clase y un récord de doce cursos, hago un alto en el camino y reflexiono: ¿He dejado huella en mis estudiantes? ¿Seré recordado? ¿O hubiese sido mejor escribir un libro o sembrar un árbol?

Aquí voy con la reflexión… debo ir a trabajar en temas de la Universidad. Espero continuar pronto.

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Por:
Juan Carlos Morales S.
Comunicador y educador
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2 respuestas a «¿Por qué ser profesor?»

  1. Juan Carlos

    Esa reflexión que haces sobre las tres recomendaciones que el mundo hace, sobre el libro, el árbol y el hijo, es toda una gran enseñanza.
    Yo te agregaría algo, siempre que quieras enseñar, nunca olvides el propósito de formar-

    1. Buen día don Luis.

      Inicialmente, un honor encontrar su mensaje. Me llena de alegría (y compromiso) conocer que personas tan inteligentes, sensibles y humanas se dan un paso por mi blog.

      Estoy de acuerdo con su aporte: la formación debe ser el reto de la práctica docente, es el fin.

      Alguna vez, conversando con mis estudiantes en clase, los invitaba a reflexión sobre su papel en la universidad y cómo debían enfrentarse a próximos retos laborales. La conversación se extendió por más de 60 minutos.

      En algún momento una estudiante levantó la mano y me preguntó: «Profe, cuando empieza la clase». A lo que respondí: «Isabel, esto es clase; la universidad formar ciudadanos».

      Fue un poco frustrante aquel momento, pero hoy -tres años después- me encuentro con estudiantes de aquella cohorte que me dicen: «Profe, de usted aprendí mucho… aprendí a tener actitud frente a la vida». Y eso, con la sinceridad de algunos estudiantes, es mi mejor retribución por lo que hago.

      Don Luis, gracias por su participación.

      Un abrazo.

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