Medellín, Colombia.

Señor Alcalde de Medellín, me voy a quejar un poquito

Señor Alcalde, le escribo estas líneas con un dolor físico y psicológico tan extenso y profundo como la ciudad que usted y yo compartimos. Este dolor, que es innovador -pues durante los 32 años que he vivido en Medellín jamás lo había sentido- es producto de sus políticas, desaciertos, sonrisas, ademanes y silencios que comparte día a día conmigo, a través de los medios de comunicación institucionales.

Créame, señor Gaviria: estoy tratando de ser respetuoso y diplomático. Sin embargo, mi mente está inundada de pensamientos de protesta y rechazo contra usted -debo aceptarlo-. ¿Por qué? Permítame comparto pensamientos sobre la ciudad que usted trata de administrar y en la que trato de (sobre)vivir.

¿Qué es dignidad?, señor Alcalde

Ayer una niña de ocho años me preguntó por la definición de dignidad. Mi respuesta: -Já…-. En mis nueve años de experiencia como docente en educación superior jamás había enfrentado una pregunta tan difícil y mucho menos de una estudiante de educación primaria.

Compartí ejemplos sobre dignidad pero sentía que estaba “patinando” en la explicación. En un intento didáctico desesperado, cambié la situación y narré experiencias donde esta no estaba presente.

Pese a mi esfuerzo, la cara de satisfacción de quien había logrado “ponerme en jaque” delataba incertidumbre y desilusión. No fui capaz de responder la pregunta tan, aparentemente, básica.

Renuncié al tema y dije: -¿No tienes otra pregunta? Esa está muy difícil y es mejor consultar en el diccionario de la Real Academia Española-.

Horas después, para no quedarme con “la espinita”, me dirigí al sitio Web de la RAE y encontré varias definiciones sobre dignidad. La que más me llamó la atención fue: “Gravedad y decoro de las personas en la manera de comportarse”. Bellas palabras la que nos comparten desde España, pero infortunados ruidos los que llegan a Medellín.

Hoy cuestiono si la ciudad es digna, si esa ciudad política y administrativa que usted, señor Gaviria, lidera es digna, tanto o más como lo “recomienda” la Real Academia Española.

Debo aceptar que mi comportamiento no es digno 100%. En el trabajo, por ejemplo, hay momentos en los que omito normas: me ausento del puesto y termino en la cafetería, tomando aire, mientras –en voz baja- reniego por la falta de compromiso de algunos colaboradores. Eso sí: cada quincena espero puntualmente el pago por mis servicios.

Sin embargo -y no quiero que lo tome como una indirecta, señor Alcalde-, apelando a mi ética profesional, desde que soy empleado he tenido la fortaleza y decisión de presentar cerca de doce cartas de renuncia. ¿Por qué? Porque considero que cuando la empresa cumple su parte (mi salario) pero no cumplo con la mía (las funciones que dicta el contrato) debo retirarme y dar espacio para alguien más. No vayamos muy lejos: hace 30 días renuncié a un cargo directivo de una institución educativa de la ciudad… en noviembre del año pasado lo hice de otra.

Cuando salgo –sea por la puerta delantera o trasera- me siento tranquilo, lleno de paz y dignidad. Sé que mi apoyo no era suficiente ni necesario. Terminé mi proceso. Es tiempo de dar espacio a alguien que haga el trabajo mejor… No necesariamente estoy apelando al dicho: “escoba nueva barre mejor que vieja”. No. Siento que finalicé. Eso es dignidad. La ética es dignidad. Saber cuándo terminar un proceso es dignidad.

Señor Alcalde, para usted ¿Qué es dignidad? Me puede compartir su definición, por favor.

El guión del funcionario público

“Odio el Centro de la ciudad. Pero también lo amo. Es un noviazgo extraño. Sé qué le pasa al Centro: anda con malas amistades y lo están acabando”.

Ahora, señor Gaviria, usted se preguntará por qué estoy escribiendo estas líneas. Fácil: estoy definiendo dignidad. ¿Para qué? Para compartir con usted y con la Administración Municipal mi semántica ciudadana. Para ser preciso, siento que la Administración Municipal está carente de dignidad. La Alpujarra, en su costado norte, “llegó tarde cuando dios estaba repartiendo la dignidad”.

Permítame le comparto una situación:

Hace unas semanas salí del trabajo (sí, cuando tenía) con la intención de regresar a casa, tomar un descanso y dedicar un tiempo a mis estudios de posgrado. El día había sido largo: múltiples reuniones habían extendido el horario. Todo estaba bien. Al final de la jornada había cumplido los objetivos propuestos. Una sonrisa marcaba mi paso.

Como un ciudadano común y corriente utilicé las aceras para desplazarme. Esperé atentamente la señal de cada semáforo. Hice buen uso de las cebras peatonales. Y tomé el bus de regreso a casa donde la oficina de tránsito de la ciudad así lo había decidido.

La ciudad estaba gris. La lluvia había visitado la ciudad y era apenas obvia que la congestión vehicular. Afortunadamente, conductores de servicio público y particular respetaban las indicaciones de los semáforos, mientras los peatones cruzábamos de un lado a otro.

De repente, la tarde pareció oscurecer mucho más. Mientras cruzaba la Avenida Oriental, a la altura de la calle Colombia, un vehículo, identificado con el lema “Medellín todos por la vida”, omitió la señal de pare y se interpuso en mi cruce.

El señor conductor (porque también es un señor, como usted y yo, señor Alcalde) aceleró su vehículo y cruzó sin mayor reparo la avenida. En la maniobra golpeó mi brazo izquierdo. Aturdido por el golpe, quedé inmóvil en la mitad de la calle.

Cuando reaccioné, giré la vista al vehículo. Este se había estacionado 10 o 15 metros adelante –presa del tráfico vehicular-. Esperé que el conductor se detuviera y me auxiliara u ofreciera una disculpa. Pero nada pasó. La dignidad del automotor oficial se había quedado en el parqueadero oficial. Lo único que encontré fue una malvada sonrisa del conductor que se interpreta como: “Deje de estorbar… ciudadano de mierda”.

Lo único que se me ocurrió, luego de tomar el bus, sentarme, respirar y revisar que mi brazo estuviera bien, fue enviar un tweet a la cuenta de la Alcaldía de Medellín.

Dos días después la Oficina de Comunicaciones de la institución me respondió:

-¡Las placas! No anoté las placas- exclamé.

Infortunadamente no conocía el procedimiento de tránsito que dicta: “el peatón deberá anotar las placas (letras y números) del vehículo que lo acaba de atropellar”. Estaba profundamente convencido que el procedimiento era detener el vehículo y solicitar ayuda al 123.

(Me pregunto cómo harán los motociclistas que salen disparados cuando un vehículo automóvil los atropella… ¿en el aire toman nota del vehículo?)

Respondí el tweet argumentando que no tenía la identificación del vehículo, pues me parecía más importante mi integridad física.

Hasta ahí la conversación. Jamás volvieron a aparecer. Solo era un indicador más en los informes de gestión del Community Manager de la Alcaldía.

Señor Gaviria, pregunto: cuando un funcionario público realiza una acción que van contra la norma ¿Cuál es la respuesta oficial? ¿En la Alcaldía hay procesos de sensibilización, apropiación y respeto por el ciudadano? Sé que ustedes no son perfectos, pero ¿Pueden pedir disculpas al ciudadano de a pie? No estoy buscando una indemnización de su administración (al final del día, usted me pagaría con el mismo dinero que mi familia ha entregado en impuestos durante muchos años) solo pretendo que sus conductores y usted sean medellinenses: se detengan y ofrezcan una disculpa. ¿Muy difícil?

Y la historia se repite

¿Por qué creo que mi fotografía está en su despacho, señor Alcalde? ¿Por qué creo que su administración está contra mí? (pensando..) No creo, no puedo ser tan importante… Soy un ciudadano común y corriente. Más fácil pensar que la Administración es la que está contra la ciudad, contra los ciudadanos.

Hoy volví a ser víctima de insultos y ataques. Un señor (sí, otro señor, como usted y yo, señor Gaviria), conductor de la empresa descentralizada Empresas Varias tiró su vehículo contra mi.

Permítame le comparto:

Transitaba cerca de la Unidad Deportiva de Belén. Las calles estaban solas. Un Jueves Santo común y corriente. Mi destino: Aeropuerto Olaya Herrera.

Me dirigía a recoger a mi hermano mellizo, que –por cierto- construye departamento y país desde la zona del Urabá Antioqueño (una grandiosa y bonita labor, la cual lo invito a conocer). La felicidad de reencontrarme con la primera persona que conocí en este mundo era enorme.

Pero, nuevamente la Administración de la ciudad aparece para interrumpir mi momento de tranquilidad y alegría. Esta vez disfrazada de naranja y ubicada en un camión recolector de basura.

¿Qué pasó? Pues el señor conductor de EEVV lanzó su vehículo contra mi automóvil. La intención -según su lenguaje hostil, era despejar el camino.

Señor Gaviria, hubiera visto mi cara de impotencia al enterarme que el automotor naranja reversó contra mi, dejándome -literalmente- “contra la espada y la pared”.

¿Cuál es mi reacción? Acciono la bocina de mi vehículo. Detrás un taxi intenta reversar desesperadamente. La “naranja mecánica” sigue reversando hasta casi romper mi espejo lateral. Se detiene de manera brusca… produciendo sonidos característicos de un vehículo con un sistema de freno de aire.

Exijo una explicación de la maniobra, pues no entendía qué estaba haciendo. ¿Cuál fue la respuesta del este empleado público?: -Yo sé manejar,… yo llevo mucho años manejando… ¿usted es ciego?-

Inmediatamente recordé el Community Manager del Alcaldía y saqué mi celular para grabar el vehículo y la defensa del señor conductor. ¿El resultado? Un discurso moderno, diplomático y –por fin- digno. ¡La Administración Municipal y su discurso de “todos por la vida” había cambiado! ¡Viva!

Le pedí al señor conductor un saludo para la audiencia de Internet, pero –infortunadamente- no lo hizo.

Como pude saqué mi vehículo de aquella encrucijada y continué mi rumbo, lleno de rabia, dolor y reconociendo que la Administración Municipal de Medellín no le apuesta a la vida.

¿Qué pasó con el video? Lo eliminé apenas regresé a casa. Entendí que no tiene sentido publicar en redes sociales la imagen de un funcionario público. Él solo está trabajando y reflejando lo que sus jefes le recomiendan hacer. La culpa no es de él ni mía. Él está inmerso en un sistema político – administrativo que dista de mi sistema e ideal de ciudad y ciudadanía.

Todavía hay más… pero para qué

Podría gastar más líneas contando qué me ha pasado en la ciudad. Esa ciudad que usted, señor Alcalde, observa por una de las ventanas de la Alpujarra, ubicado en su cómodo sillón. También podría contar porqué hay días que la tacita de plata se torna oscura. Podría contar más, pero mi blog es para compartir conocimientos y experiencias, no protestas ni denuncias.

Señor Gaviria, lo respeto pero no puedo admirarlo, lo siento. Hay funcionarios públicos a quienes sí admiro, pero son pocos. Soy de Medellín y sé que usted también. Soy medellinense y lo invito serlo también.

Con respeto.

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Por:
Juan Carlos Morales S.
Comunicador y educador
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Una respuesta a «Señor Alcalde de Medellín, me voy a quejar un poquito»

  1. Pues mi comentario es quién maneja el espacio público, porque parece que no hay contro, sobretodo en Belen, allí los ciudadanos montan sus carpas, la música a todo dar toda la noche y si usted llama a la estación de policía el motorizado pasa y nada pasa esto ocurrió cerca al supermercado la vaquita, también en cara 72 con la 13 y 14 y esto pasó toda la noche del 17 de diciembre del 2016 yo creo que lo mejor quitar ese elefante blanco de estación de policía, pues no nos sentimos protegidos

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