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De La Urbe Digital, más que un laboratorio de periodismo

Hace 20 años, en el primer piso de la Facultad de Comunicaciones de la Universidad de Antioquia – UdeA, conocí a quien sería mi profesora de pasillos y cafeterías, y -un par de años después- mi mentora de emprendimiento.

Y es que, como siempre lo he dicho en clase, el plan de estudios no alcanza a entregar los contenidos y desarrollar las competencias que necesita el profesional universitario.

De ahí que, definitivamente, haya que salir a buscar otros espacios de enseñanza – aprendizaje, otros profesores y otros compañeros. Y eso fue, precisamente, lo que hice cuando cursaba mi carrera en Comunicación Social – Periodismo: salir a caminar y encontrar ese aprendizaje faltante.

Un poco de contexto

El 14 de abril de 2000, en plena alborada del siglo XXI, la Facultad de Comunicaciones de la UdeA presentaba la primera emisora universitaria virtual de América Latina.

Radio Altaír, como se nombró este producto comunicativo, era el resultado de una investigación aplicada, liderada por la profesora Lucía Restrepo Cuartas y un grupo de estudiantes, entre los que estaba mi hermano Mauricio Morales S.

En ese momento, Altaír tenía presencia en la agenda de contenidos de la familia. Cada efeméride de la emisora digital era presentada por Mauricio y celebrada por mis padres, mi hermano mellizo y yo.

Para esa época, mi aporte a esa agenda de contenidos iba sobre mis calificaciones obtenidas en el programa de Ingeniería de Sistemas de la Universidad Nacional de Colombia – Unal. Y, siendo honesto, las efemérides eran poco alentadoras.

Según los profesores, tenía habilidades en el diseño de algoritmos, lograba encontrar la solución a los problemas de cálculo y hallaba las respuestas a los ejercicios del curso Matemáticas Discretas. Sin embargo, el promedio académico indicaba lo contrario.

Lo que hacía, entonces, era escuchar e imaginar atentamente lo que pasaba en Altaír (mi hermano es muy bueno contando historias) y tratar de alargar las conversaciones para que mi rendimiento académico no fuera tema de conversación.

Luego, cuando tenía chance de usar la computadora, iniciaba Real (una aplicación de streaming de la época) y escuchaba lo que emitían los estudiantes desde el Bloque 12 de la UdeA. En serio, sonaba interesante.

Fue entonces que, con todo lo que pasaba en la Unal y teniendo cupo reservado en la UdeA, me animé al cambio de carrera.

Al final, y debo hacer la aclaración, no fue Altaír la motivación para el cambio. Lo que me convocó (como siempre ha sido así) fue la compañía de mi hermano (a quien sigo y seguiré a todas partes) y las múltiples experiencias en comunicación y periodismo que había logrado en mi adolescencia.

Mi primera convocatoria fallida

Cursando cuarto semestre de Comunicación Social – Periodismo, me animé a ser parte de uno de los laboratorios estudiantiles de la Facultad. Por fortuna, la oferta era generosa.

Sin embargo, mi elección debía enmarcarse en temas de comunicación y periodismo digital, pues no lograba encontrar esa conexión con la prensa tradicional, por más que la admirara.

La primera opción, casi en automático, era Radio Altaír. Sin ser el mejor estudiante en los cursos de radio, ya había logrado algunas competencias en el tema y, gracias a acercamientos previos con este laboratorio, había experimentado con la producción de contenidos digitales y el diseño de entornos electrónicos.

Así pues, conversé con mi hermano Mauricio sobre la posibilidad de ser parte de este producto virtual.

En ese momento, él estaba en otra área académica y poca relación tenía con Altaír. Sin embargo, como familia, siempre hemos considerado prudente verificar qué posibles dificultades o inhabilidades administrativas y éticas pueden presentarse en la participación de algún proyecto.

Mauricio consideró válida mi participación y me animó a aplicar para una plaza de monitoría académica de la que tenía conocimiento.

Preparé mi incipiente hoja de vida, escribí la propuesta de trabajo, compré una carpeta donde “El Turco” (la recuerdo, era de color rojo) y entregué la documentación al entonces líder de Altaír.

En el acto, ojeó las páginas y me dio la respuesta a la aplicación: “No”.

Ese ha sido el proceso de selección más rápido en el que he participado. Creo que tardó más la fila para comprar la carpeta, que la lectura, análisis y decisión sobre mi perfil y propuesta de trabajo.

Recuerdo abandonar la oficina de Altaír lleno de frustración. Era consciente de mis debilidades como estudiante universitario, pero -en serio- que la propuesta de trabajo prometía. Incluso, la misma serviría -un par de años después- para diseñar una de las líneas de negocio de mi empresa de comunicación digital. Pero esto es otra historia.

Con la cabeza gacha, busqué a mi hermano. Él, en su inmensa paciencia, me dijo: “Conversa con la profe Herlaynne”.

La profe Herlaynne

No recuerdo exactamente la situación, pero me di a la tarea de buscar a la profesora Herlaynne Segura. No estoy seguro si el primer contacto con ella fue personalmente o a través de correo electrónico; estamos hablando de hace 20 años. Lo que sí recuerdo es todo lo que pasó después.

La profe inmediatamente me invitó a ser parte del laboratorio: ‘De La Urbe Digital’. Eso sí, fue clara en indicar que no existían plazas para ser auxiliar o monitor; sin embargo, me aseguraba la posibilidad de aprender y construir alrededor de la comunicación y el periodismo digital. ¡Y, precisamente, es lo que yo estaba buscando!

La oficina de ‘De La Urbe Digital’ – DLUD se ubicaba en el primer piso del bloque 12. Era el espacio más denso del sistema de periodismo universitario De La Urbe.

Nuestra oficina tenía dos puestos… puesto y medio, quizá: el que había sido asignado para la profesora, que era de uso masivo de estudiantes, y un pequeño espacio donde escasamente se ubicaba un monitor, un teclado, un ratón y una pila de documentos. En esa oficina, a veces, nos encontrábamos hasta seis o siete personas.

Incluso, tengo una fotografía donde aparecemos 13 personas (entre estudiantes y profesores) que hacemos parte de DLUD. ¡Y no estábamos todos!

La conversación con la profesora Herlaynne se extendió durante toda mi carrera universitaria. Nunca fuimos profesor – estudiante en un aula de clase. Fuimos profesor – estudiante en el laboratorio, en conferencias, en eventos de ciudad, en los pasillos, en los correos electrónicos, pero -especialmente- en la Plazoleta Barrientos, donde ella me invitaba a un café con leche acompañado de palito de queso.

¿De dónde salió De La Urbe Digital?

No sé quién es el papá de DLUD. A veces soy yo. Otras veces aseguro que es Camilo. Quizá Juan Pablo o Eder (el ingeniero). ¡O todos! ¡O ninguno! Pero lo que sí es cierto, y creo que en lo que todos los estudiantes que participamos en la “primera temporada” de DLUD coincidimos, es que la profesora Herlaynne es la mamá del laboratorio. Ahí no hay discusión.

Sin embargo, también hay que indicar que este espacio académico nace luego de una innovación curricular que se dio en la Facultad de Comunicaciones.

Básicamente, directivas y profesores apostaron por la creación de nuevos programas profesionales: Periodismo, Comunicaciones y Comunicación Audiovisual y Multimedial. Por su parte, Comunicación Social – Periodismo no realizaría nuevas cohortes en Medellín y solo se ofertaría en las regiones.

Puntualmente, el diseño curricular de Periodismo planteó la integración de un modelo de enseñanza – aprendizaje constructivista. En otras palabras, el aprendizaje se lograba y se hacía significativo en la medida que el estudiante tuviera la oportunidad de hacer; y ese hacer estaba en los laboratorios.

Según el plan de estudios de este programa, el cuarto semestre -luego de cursos previos, donde se abordaban asuntos sobre la prensa, la radio y la televisión- se ubicaba en el periodismo electrónico. En específico, el curso ‘Reportería y Redacción IV’ integraría las narrativas digitales.

Fue ahí donde De La Urbe Digital vio la luz. Y lo primero que vio fueron los ojos y la sonrisa de la profe Herlaynne.

¿Qué hacíamos en De La Urbe Digital?

La respuesta corta es “periodismo digital”. La respuesta un poco más extensa es “periodismo colaborativo y participativo”, como bien lo indicaba el eslogan de DLUD. Pero la respuesta suficiente es “comunicación y periodismo digital en todos sus sentidos”.

Y es que el laboratorio no solo fue la respuesta al curso de ‘Redacción y Reportería IV’. DLUD fue la oportunidad para que estudiantes de la Facultad de Comunicaciones (no solo de Periodismo) y de otras facultades de la Universidad de Antioquia aprendieran, experimentaran, se equivocaran y construyeran propuestas y empresas alrededor de los nuevos medios digitales. ¡Ojo, estamos hablando de los primeros años del siglo XXI!

Obviamente, DLUD presentaba historias periodísticas en un sitio web; para esto fue concebida. Algunas de las notas respondían a trabajos de clase. Infortunadamente, con el tiempo, algunos estudiantes de periodismo prefirieron enviar sus trabajos a los medios tradicionales. Y es que lo digital no tenía el impacto que logra hoy, 2023.

Mi hermano Mauricio y la profesora Herlaynne coincidían en algo: “estamos abriendo camino para las nuevas generaciones”.

Retomando, otros artículos también eran logrados por estudiantes de otras carreras. Unos, como ya lo mencioné, provenían de Comunicaciones, Comunicación Social – Periodismo y Comunicación Audiovisual y Multimedial. Pero lo más grandioso era encontrar artículos de otras áreas de conocimiento. Lo participativo del eslogan no era retórico.

¿Y qué hay de lo colaborativo? ¿era retórico? No, tampoco. La construcción de contenidos daba lugar a la participación de varias manos. Eder, estudiante de Ingeniería de Sistemas, por ejemplo, apoyaba en los retos tecnológicos. María Camila, estudiante de Comunicaciones, tenía la habilidad para lo estético. Lina María, de Comunicación Social – Periodismo, lograba la promoción y distribución de las publicaciones en espacios diferentes a lo digital (¡estrategia pura!). Y parte de mi trabajo era precisar esa narrativa web, lograr que el hipertexto fuera oportuno.

Al final, cada publicación era un producto académico universal, situación que conectaba con lo que supone ser universidad.

Pero ahí no terminaban las tareas del laboratorio. La profesora Herlaynne extendió el campo de conocimiento, lo que nos permitió aprender sobre gestión de conocimiento en red, networking y teletrabajo.

DLUD realizó decenas de eventos académicos, tanto presenciales como virtuales. Conversó con propios y extraños, en escenarios académicos, empresariales y gubernamentales. Se enfrentó a detractares de la comunicación digital y abrazó a quienes apostaron por los medios electrónicos. DLUD fue más de lo que se pensó.

Y es que las historias y experiencias por contar son muchas, pero no quiero detenerme en ellas. Espero que quienes hicimos parte de ese sueño cumplido se den a la tarea de escribir y recordar lo que era la comunicación y el periodismo digital universitario de principios del siglo XXI. Es un compromiso que tenemos con la gestión de conocimiento en red.

Mi experiencia en DLUD

Por parte, comparto un par de experiencias.

La primera, que me parece algo cómica, fue cuando logré terminar una declaración CSS. Recuerdo llevar varios días con esa tarea. El reto era ajustar la apariencia gráfica del identificador del sitio web. Sin embargo, por más que escribía código y buscaba en Internet, no lograba ubicar los elementos donde se quería. Sumado a ello, el plan de estudios de mi carrera no abordaba el diseño web, por lo que no tenía profesores a quienes preguntar.

Ese día en particular estaba solo en el Laboratorio. Todos estaban en clase. Yo me ubiqué en el computador de la profesora Herlaynne, abrí el gestor de FTP, el editor de código y comencé a escribir. Luego de casi una hora me rendí.

Salí a tomar algo a la cafetería ‘Hello, Kitty’, conversé un poco con mis compañeros y terminé en los baños públicos del bloque 12. Mientras la tarea, leí algunos de los grafitis del lugar y ubiqué la propiedad CSS que necesitaba. No es que estuviera escrita en la pared, pero sí que estaba en el “código fuente” de esa técnica artística.

Afané, entonces, el asunto que tenía en curso y salí corriendo hacia el laboratorio. Escribí una única línea de código y funcionó.

Otra experiencia, que siempre recuerdo con cariño, fue una primicia que logramos, una de las “chivas periodísticas” que DLUD logró gracias a ser un medio en línea.

Calculo que eran las tres de la mañana. De repente, un fuerte movimiento telúrico sacudió la región. Me levanté un tanto asustado. En mi casa todos dormían plácidamente. Inicié mi computadora y realicé un par de búsquedas. Nadie hablaba de ello. Era imposible que hubiese sido un sueño.

Recordé el sitio web del Servicio Geológico Colombiano y accedí a él. Voilà, allí estaba el reporte del terremoto. Llamé a los servicios de emergencias de la ciudad; al momento, no se habían reportado afectaciones mayores.

Inicié sesión en el sitio de DLUD, creé una nueva historia y publiqué lo sucedido, haciendo referencia a las fuentes consultadas y creando un enlace al reporte oficial.

30 minutos después del suceso, cerré la computadora y seguí durmiendo. Horas después, los noticieros matutinos anunciaban el evento natural como noticia de último minuto. ¡Y pues no fue tan de último minuto, pues me dio tiempo de dormir un par de horas más!

También podría mencionar sobre las conferencias vía Messenger (con zumbido incluido), el par de artículos que publiqué sobre el Comité Universidad – Empresa – Estado y los múltiples eventos académicos y culturales que realizamos.

Pero hay algo que merece especial detalle: mi empresa.

Por lo pronto, para cerrar este fragmento del texto, debo indicar que mis aportes a la agenda de contenidos de mi familia ya eran mucho más interesantes. Pasé de ocultar mis calificaciones, a mencionar -con especial orgullo- todo lo que iba logrando y podía verse, en tiempo real, en la pantalla del computador. Me estaba convirtiendo -por fin- en un profesional.

Una empresa, gracias a DLUD

Hablar de la Compañía Colombiana de Contenidos (e-Lexia) sin mencionar a Altaír, por parte de mi hermano, y De La Urbe Digital, por mi parte, es algo irresponsable. La empresa que creamos Mauricio y yo es una spin-off no oficial de la Facultad de Comunicaciones de la UdeA.

Este proyecto empresarial nació con las capacidades que desarrollamos ambos en estos laboratorios y de las necesidades que -en ese mismo ejercicio como estudiantes- identificamos en la academia y las empresas.

Nuestra Compañía fue una respuesta temprana a las necesidades de las organizaciones por crear estrategias y contenidos para los medios electrónicos. Fue también un abrir camino para las nuevas generaciones de empresarios digitales.

Gracias a DLUD, desarrollé un par de habilidades gerenciales, entendí la importancia del trabajo colaborativo y participativo (e interdisciplinario) y conocí que la brecha entre la teoría y la realidad -infortunadamente- es enorme.

Hoy, pese a que la Compañía no existe jurídicamente (es un texto que tengo pendiente), perdura la esencia de lo que soñamos mi hermano y yo. Algún día, quizá, nos animemos a retomar ese sueño y recordar lo que bien aprendimos en los laboratorios; él, con la profesora Lucía Restrepo, y yo, con la profesora Herlaynne Segura.

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No hay mal que por bien no venga

Para terminar, una pequeña reflexión que escribí hace un par de minutos y me pareció el cierre perfecto para este texto:

La negación que recibí de un laboratorio fue la posibilidad de encontrar mi mejor espacio para la formación profesional, el crecimiento personal y, especialmente, construir una amistad que -luego de 20 años- aún perdura, una amistad que nos invita a un profundo abrazo cada vez que nos encontramos, y una amistad que aún me sigue invitando a café con leche con palito de queso.

A la profe Herlaynne mi eterno agradecimiento, admiración y cariño.

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Por:
Juan Carlos Morales S.
Comunicador y educador
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